Los días de nervios en la Casa Rosada. Los vetos del Presidente, la reacción de la oposición y la tensión por lo que viene. Nuevas sorpresas en el conflicto en Aerolíneas Argentinas.
Por Santiago Fioriti para Clarín
Tres veces gobernador de Salta, convencional constituyente nacional y provincial, candidato a vicepresidente en el 2003 y ex presidente del PJ salteño, Juan Carlos Romero cumplirá el año próximo cuatro mandatos como senador nacional y es posible que en 2025 se presente por una nueva reelección de su banca, lo que podría llevarlo a permanecer tres décadas en la Cámara alta. Desde que cambió su look y se dejó unos bigotes que terminan en punta, algunos de sus pares han empezado a llamarlo El Emperador del Norte. Viene de una familia del poder, pero él se ocupó de amplificarlo. Esta semana, cuando lo convocaron a la cumbre de senadores con Javier Milei, Romero no tuvo que preocuparse por si había o no huelga de los trabajadores de Aerolíneas Argentinas. Vuela en un Learjet 45, una joya de la aviación ejecutiva, que es envidia, incluso, de los gobernadores de provincias pudientes que usan aviones pagados por el Estado. El miércoles, después de la introducción del Presidente en el Salón de la Ciencia Argentina de la Casa Rosada, Romero fue el primero en hablar.
— Yo soy casta-casta. Pero tengo algo a favor: soy un ajustador serial, dijo.
Milei se rió.
—Bueno, pero usted estuvo en la época de Menem. Eso lo salva de ser casta, le contestó.
Fue una respuesta en broma, pero no tanto. Milei avanza y retrocede sobre sus propios principios de campaña. Hay casta buena y casta mala, según las circunstancias. En su entorno más íntimo, más allá del relato, no lo ocultan: “Nos importa más llegar al número que necesitamos para sacar una ley o para imponer un veto que el perfil de quienes nos acompañan. Esto último nos resulta casi irrelevante”.
El agua pareció llegarle al cuello al Gobierno la semana pasada, cuando advirtió que la oposición podía reunir los dos tercios de los votos para revertir el veto que Milei firmó contra la ley de movilidad jubilatoria. Pudo transformarse en una pesadilla, en un antes y un después: por primera vez se vivieron escenas de dramatismo por las novedades que podía emerger del Parlamento, situaciones que no se habían experimentado ni cuando se cayó la primera edición de la Ley Bases.
Milei evaluó que un revés semejante podría afectar los mercados y obligarlo a hacer piruetas en el aire para cumplir su principal meta, la reducción del déficit, un eje que considera crucial para bajar la inflación y ordenar la macroeconomía. Abandonó entonces el ostracismo de la Residencia de Olivos, donde se siente cómodo y seguro, para poner los pies en el barro, según su propia definición. Se reunió, primero, con los diputados de la UCR Martín Arjol, Luis Picat, José Federico Tournier, Mariano Campero y Pablo Cervi, una movida que incluyó fuertes presiones a algunos mandatarios para que colaboraran y que se sintieron tironeados entre la Nación y el presidente de su partido, Martín Lousteau, que apostaba a frenar el veto. Al otro día, Milei se encontró con los jefes de bloques del Senado.
Al primer mandatario le aborrece la rosca, cree que siempre que se produce una conversación de esta naturaleza entre políticos es por motivos inconfesables o, directamente, para jaquear al Estado, pero aún así ha decidido ponerse al frente en algunas iniciativas. Ni amor ni espanto: necesidad extrema. “Estamos armando una task force de un tercio para evitar cualquier intento de desestabilización”, dicen a su lado.
Los motivan no solo las urgencias políticas. La debilidad de sus propios bloques, que además de ser chicos no se han caracterizado por una convivencia pacífica, es cada vez más notoria. A nueve meses de la nueva era, el oficialismo debió desprenderse de su jefe de bloque en Diputados, Oscar Zago; tuvo que expulsar al senador Francisco Paoltroni por sus críticas a la nominación de Ariel Lijo a la Corte Suprema y a la diputada Lourdes Arrieta por su decisión de filtrar las conversaciones por la visita a represores en la cárcel de Ezeiza.
“Decí que a Victoria no la podemos echar”, dice con sarcasmo uno de los integrantes de la mesa chica del Gobierno. Con Victoria Villarruel la relación parecería no tener retorno. Ella tampoco lo niega. Ni deja la vida cuando le llega un proyecto del Ejecutivo. Dice que no la tienen en cuenta y que se entera por los medios de lo que piensa hacer Milei. El miércoles la dejaron participar del encuentro con los senadores, pero no le dieron juego. “Su cara lo decía todo”, contó uno de los miembros de la oposición.
Milei se convirtió así en un receptor de los pedidos de los legisladores más dialoguistas. Eso le valió, también, algunos llamados de atención. “Nosotros queremos ayudar y podemos conformar un tercio de resistencia en el Senado, pero vos tenés siete propios que son impresentables”, le dijo al jefe de Estado uno de sus invitados, en una conversación que mantuvo por fuera del encuentro formal. Milei asumió que no los conoce y que no habla con ellos. Que fueron obra de la ola violeta que llevó a La Libertad Avanza a ganar las elecciones en distritos impensados. “Esto no nos pasa más”, ha advertido Karina Milei en las reuniones reservadas en las que se habla de la contienda electoral.
A ese combo de conflictos se sumó el episodio de salud de Guillermo Francos. Luego de que el vocero presidencial, Manuel Adorni, lo desautorizó en su conferencia de prensa al decir que no se iba a dar marcha atrás con el decreto que pone límites a la ley de acceso a la información pública -como él había dicho en su presentación en la Cámara de Diputados-, el jefe de Gabinete sufrió una descomposición que lo llevó a estar internado cuarenta y ocho horas. Tras los estudios de rigor, Francos dejó trascender que estaba enojado con el momento que le habían hecho pasar sus compañeros de Gabinete.
Las versiones de una posible renuncia obligaron al mileísmo a montar un operativo de desmentida. En verdad, Francos nunca pensó en irse, pero quedó afectado. El ministro coordinador tiene problemas gástricos desde hace tiempo. Su esposa, Cristina, ya le ha advertido que se tiene que cuidar más. El trabajo no se lo permite y tiene 74 años. Es una posibilidad que en algún momento tenga que decirle adiós al cargo.
El rumor de su salida, que el Gobierno calificó como una “operación” a través de sus militantes en la red X, se instaló en el Círculo Rojo. Francos, que reapareció en las reuniones con los legisladores, pero con bajo perfil y sin hacer declaraciones ante los periodistas, es el funcionario más dialoguista. Quienes se animan a desafiar el poder de los hermanos Milei y del gurú libertario, Santiago Caputo, sostienen que, si Francos se fuera, Milei podría iniciar una etapa mayor de radicalización. De discurso, de estilo y también de políticas. Ese período, en un principio, Milei lo imagina para después de 2025, cuando pasen las elecciones y se defina el nuevo mapa del Congreso.
La buena noticia que le dieron al oficialismo los diputados, al impedir que se derribara el veto que impedía el incremento de las jubilaciones, duró poco. Al otro día, el Senado rechazó el DNU que le otorgaba 100 mil millones de pesos de fondos reservados a la Secretaría de Inteligencia del Estado. En el Ejecutivo aspiraban a postergar el debate y estaban convencidos de que los radicales iban a ser funcionales a, al menos, eso. Eduardo Vischi, el jefe de la bancada de la UCR, fue el destinatario de todos los insultos libertarios. “Vino a la Rosada, se sacó la foto con Javier y después nos clavó una estocada”, afirmaban. Otros pedían no hacerse tanta mala sangre: “¿Qué querés? Son radicales”.
En simultáneo, al Gobierno recibió otra mala noticia en el Congreso. La oposición logró sancionar la Ley de Financiamiento Universitario, que prevé una ampliación en materia presupuestaria. Milei anticipó que vetará el proyecto, el segundo veto en menos de un mes. Lo hizo con tono de euforia. ¿Será una práctica que vino para quedarse?
Las idas y vueltas se dan con un escenario de tensión permanente por la economía. Milei hablará esta noche por cadena nacional ante el Parlamento para presentar el Presupuesto 2025. Lo hará de cara a los legisladores y no de espaldas, como lo hizo en su primer discurso. Otro cambio. Aunque, en el fondo, Milei no altera su agenda. El déficit cero es innegociable, dice. Es una de las llaves para bajar la inflación. El Indec marcó 4,2% en agosto, un número más alto del esperado y que encendió algunas luces amarillas.
La pelea por los salarios forma parte del paisaje. Milei cree que las mejoras ya comenzaron y que se reflejarán a fin de año, cuando la suba de precios se reduzca a cerca de la mitad de la que se registra en la actualidad. “Vamos a llegar a enero con un dos por ciento de inflación mensual”, prometen en el Ministerio de Economía.